
Martes 2 de Septiembre 2025:- Cada 24 segundos, alguien muere en un siniestro de tránsito en el mundo. En Chile, estas cifras son preocupantes: nuestra tasa de mortalidad vial es mucho más alta que en España, a pesar de que ambos países buscan el mismo objetivo: salvar vidas. Esta realidad nos plantea una pregunta inevitable: ¿Qué estamos haciendo distinto? Y, sobre todo, ¿Qué podemos mejorar?
España ha desarrollado un modelo sólido y con poder real. Su Dirección General de Tráfico (DGT) combina funciones operativas con una fuerte capacidad fiscalizadora. Cuenta con delegaciones regionales, la Guardia Civil de Tráfico y herramientas tecnológicas que permiten un control y fiscalización exhaustivas. Además, el marco legal es claro y punitivo: el exceso de velocidad, la conducción bajo los efectos del alcohol o drogas, y las maniobras temerarias no son simples infracciones, sino delitos que pueden implicar penas de cárcel. Incluso se reconoce la figura del homicidio vehicular. Este enfoque transmite un mensaje potente: la vida no se negocia.
Chile, en cambio, tiene un modelo distinto. La Comisión Nacional de Seguridad de Tránsito (CONASET) es un organismo técnico y coordinador, sin facultades para fiscalizar. Aquí, la estrategia se centra en la educación y la sensibilización, confiando en que un cambio cultural logrará reducir los siniestros viales. Y aunque algunos consideran que esto es insuficiente, creo que tiene un valor enorme: educar no solo modifica conductas, sino que transforma mentalidades y crea conciencia social.
Recuerdo campañas que han marcado la conversación, como las que alertaban sobre los riesgos de usar el celular al volante. Muchas personas cambiaron sus hábitos después de ver testimonios reales. Esa es la fuerza de la educación: toca la emoción y genera reflexión. Sin embargo, también he visto cómo esas conductas vuelven a aparecer cuando no existe fiscalización. La educación previene a largo plazo, pero la fiscalización actúa de inmediato para frenar el riesgo.
España apuesta por sancionar, Chile por educar. Me pregunto: ¿Por qué elegir uno cuando podemos combinar ambos enfoques? La fiscalización es un control inmediato, pero la educación crea un cambio profundo y sostenido. Si queremos reducir drásticamente las muertes, necesitamos ambas estrategias funcionando en armonía.
¿Cómo lograrlo? Primero, fortaleciendo la educación vial desde la infancia, incorporándola en los cursos escolares como parte esencial de la formación ciudadana. En el mundo laboral, podríamos exigir capacitaciones periódicas para conductores profesionales y también para quienes usan el auto como medio habitual. Las campañas masivas deben ser permanentes y creativas, utilizando historias reales que conecten con la emoción, porque las estadísticas informan, pero las experiencias conmueven.
En paralelo, Chile necesita avanzar hacia una fiscalización moderna. No se trata solo de Carabineros en terreno, sino de incorporar tecnología y sanciones efectivas que realmente se cumplan. Además, es fundamental que las penas sean proporcionales a la gravedad de la imprudencia, porque manejar bajo los efectos del alcohol o mirar el celular al volante no puede seguir siendo visto como una falta menor.
Hoy tengo clara una idea: la educación salva, la fiscalización protege, y juntas pueden cambiar nuestra realidad vial. No podemos seguir esperando que la conciencia por sí sola detenga la violencia vial, ni confiar únicamente en la multa para modificar conductas. La solución está en el equilibrio: educar para transformar y fiscalizar para garantizar. Porque, cuando hablamos de vidas humanas, no podemos darnos el lujo de elegir solo un camino.
Referencias Bibliográficas:
Instituto de Seguridad Laboral. (19 de agosto de 2025). II Simposio de Seguridad Vial 2025 [Archivo de Video]. Youtube. https://www.youtube.com/live/9Bbq_NQ0dI0